Ozu y Ginzburg. De madres e hijos, y de la vocación

Ozu y Ginzburg. De madres e hijos, y de la vocación

Celia Rico es una gran admiradora de las películas de Yasujiro Ozu y dice que, en parte, gracias a su cine, ella tuvo el valor de hacer una película con pocos personajes y una mesa. 

'Cada vez que alguien, tras leer el guion, me sugería que sacara a los personajes de la casa o que añadiera otros conflictos a la historia, yo pensaba para mis adentros: tengo que volver a ver a Ozu.

Recuerdo lo importante que fue volver a Ozu en medio de todo este proceso, en concreto, ver El hijo único, su primera película sonora que hasta entonces desconocía. La película se abre con una frase que se me quedó grabada: La tragedia de la vida comienza con el vínculo afectivo entre padres e hijos. Fue una sorpresa descubrir que la madre era viuda, trabajaba en un telar y oponía resistencia a la idea de enviar a su hijo a estudiar a Tokio. Y que el hijo, que se marcha de casa por primera vez, no se atreve a decirle a su madre, años después, que allí, en la ciudad, su vida no es la que esperaba. Creo que en ese momento deseé que Leonor y Estrella, en lugar de ver una serie sentadas en la mesa camilla, pudieran ver a O-Tsune y a su hijo único en la pantalla. Seguro que ellas dos les habrían entendido. 

No solo en El hijo único, en casi todas las películas de Ozu los hijos se preocupan por no poder cumplir las expectativas que los padres depositan en ellos y los padres se preocupan porque la vida de los hijos tal vez no llegue a ser la que esperaban. Y así sucede la vida, unos preocupados por los otros y los otros por los unos.

Pensé mucho en todo esto cuando escribía el final de mi película, me costó mucho encontrar los diálogos para la escena en la que Leonor le confiesa a su madre que no está bien en Londres y en las palabras que Estrella podría devolverle en un momento así'.

La vocación

'Yo también tenía que encontrar ese justo equilibrio entre silencio y palabras para que Estrella pudiera serle de alguna utilidad a su hija. Entendí, gracias a “Las pequeñas virtudes”, que Estrella ya estaba preparada para ayudarla y dejarla marchar de nuevo sin transmitirle su miedo porque, días antes, mientras cosía los trajes de baile, había logrado conectarse a la vida a través de la vocación, tal y como describe Natalia Ginzburg:

"Debemos ser para ellos (los hijos) un simple punto de partida, ofrecerles el trampolín desde el cual darán el salto. Y debemos estar allí para ayudarlos, si es que necesitan ayuda; nuestros hijos deben saber que no nos pertenecen, pero que nosotros sí les pertenecemos, siempre disponibles, presentes en el cuarto de al lado, dispuestos a responder como sepamos a toda posible pregunta, a toda petición. Y si nosotros mismos tenemos una vocación, si no la hemos traicionado, si a través de los años hemos seguido amándola, sirviéndola con pasión, en el amor que profesamos a nuestros hijos podemos mantener alejado de nuestro corazón el sentido de la propiedad. [...] Si no hemos renegado de ella (de la vocación) ni la hemos traicionado, entonces podemos dejarlos germinar tranquilamente fuera de nosotros, rodeados de la sombra y el espacio que requiere el brote de una vocación, el brote de un ser. Esta es, quizá, la única posibilidad que tenemos de resultarles de alguna ayuda en la búsqueda de una vocación, tener nosotros mismos una vocación, conocerla, amarla y servirla con pasión, porque el amor a la vida genera amor a la vida".

Dos fragmentos de ‘El hijo único’ de Yasujiro Ozu (1936)
Fragmento conversación Leonor y Estrella después del acordeón [81']
'Las pequeñas virtudes' (1962) de Natalia Ginzburg

Viaje al cuarto de una madre: Proceso de creación