Pedro Costa (Lisboa, 1959) tenía tan solo 29 años cuando rodó su primer largometraje, O Sangue (1989). Realizado al terminar la Escuela de Cine, es una obra marcada por una fuerte componente de aprendizaje, llevada a cabo por un pequeño equipo, entre los que estaban algunos de sus compañeros. Todas las grabaciones se realizaron en la zona de Barreiro, Vale de Santarém, Seixal, Valada do Ribatejo en Cartaxo y en el centro de Lisboa. Pedro Costa cuenta que esa primera experiencia fue complicada, sobre todo por la lluvia que perjudicó los rodajes en exteriores, sumado a la opción de filmar en película en blanco y negro, con mucho contraste, forzada al límite de la visibilidad. Pedro Costa recuerda cómo la escena de la visita de Clara y Vicente al parque -grabada en exteriores aunque con la iluminación simulando interiores de estudio-, requirió un extenso trabajo de iluminación. Algunas veces se llegaron a necesitar 6 o 7 miembros del equipo de electricistas en el plató para que la escena quedase bien iluminada.
Durante el rodaje, Pedro Costa tuvo especial cuidado en proteger a sus actores, consciente de que eran piezas clave de la película, especialmente Nuno Ferrreira, el niño que interpreta el personaje de Nino y que Costa fue a buscar a un orfanato. De algún modo, esta experiencia anuncia algo que sería recurrente a partir de Ossos (1995): el trabajo con actores no profesionales. Merece la pena destacar cómo el tema de la película -la formación de una nueva familia ante la falta de los valores parentales tradicionales- acaba por encontrar un claro paralelismo con la forma en la que Pedro Costa gestiona su primera experiencia de rodaje. Esta forma de trabajar será una característica que mantendrá en el resto de su obra: Pedro Costa hace cine con las mismas personas, una especie de “familia de sustitución” de carácter artístico. Puede decirse que la voluntad de trabajar con pocos medios y sin mucha gente en las grabaciones -ilustrada en la trilogía de As Fontaínhas: Ossos (1995); No Quarto de Vanda (2000); Juventude em Marcha (2006)- se debe a esta necesidad de buscar algo verdadero y genuino. Los locales en los que filman son espacios habituales en el día a día de sus actores, que ahora están integrados en esta familia que utiliza el cine como forma de expresión.